RAÚL DIEZ CANSECO TERRY

En el verano de 1969, mientras mis amigos disfrutaban del sol y el mar, yo dictaba clases en la que luego sería la piedra angular de nuestra corporación educativa: la Academia San Ignacio de Loyola, Esa lejana y gratificante experiencia me enseñó que ser emprendedor requiere de garra, pasión, compromiso y perseverancia para no decaer en el camino y superar los momentos difíciles que se presentan en nuestras vidas.

¿Cómo empezó todo? con una difícil situación familiar: mi padre había perdido su empleo y estaba muy apenado. Yo tenía que continuar mis estudios en la universidad ¿qué podía hacer un joven estudiante de 20 años para seguir adelante?

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Tuve muchas dudas, pero mis padres, que fueron mi fuente de inspiración, me alentaron a aprovechar mis habilidades y preparación de ese entonces: “¿Por qué no das clases a los estudiantes secundarios que se preparan para postular a la universidad?”, me plantearon. Y así empezamos.

En este punto de mi historia quiero destacar que el emprendimiento es fruto de una decisión íntima, basada en las virtudes propias del emprendedor y, sobre todo, una decisión que debe tener como sustento un sueño, una visión, un proyecto de vida y, al mismo tiempo, un plan de vuelo, una hoja de ruta que permita arribar al destino programado.

Hoy miro con mucho cariño y gran nostalgia ese pasaje de mi vida y guardo una especial gratitud a mis padres. Ya han transcurrido más de 50 años y luego de muchos proyectos realizados en diversos campos, he llegado a la conclusión de que el emprendimiento es una filosofía de vida con principios y valores y un arte porque combina racionalidad y emocionalidad. Racionalidad para emprender con los pies en la tierra y a paso firme, y emocionalidad para realizar un proyecto con pasión y garra.

Queridos emprendedores, avancen en su camino con firmeza y constancia, porque aunque se presenten momentos difíciles, no hay mayor recompensa que la satisfacción de haber llegado a la meta.