Por Raúl Diez Canseco Terry*
Cuando regresé a casa, luego de haber trabajado un largo tiempo como ayudante de topógrafo en la selva, me tocaba cumplir son el Servicio Militar Obligatorio en la Marina de Guerra del Perú. Mis padres se entrevistaron entonces con el presidente Fernando Belaunde. El encuentro -contrario a lo que podía pensarse- fue para hacer efectivo mi deber con la patria y así incorporarme pronto como grumete. Había cumplido por entonces 17 años.
Los primeros meses, propios de quien ocupa el último lugar en la jerarquía del mando militar, fueron muy difíciles de sobrellevar. Los últimos del escalafón llamados “perros” en el argot castrense, éramos objeto de todo tipo de mandatos y castigos. En mi caso, y por el solo hecho de ser sobrino del presidente de la República, me miraban como un bicho raro. También porque creían, equivocadamente, que había ingresado con privilegios que realmente no tenía.
Desde el cabo hasta el sargento, y solo para demostrarme que eran superiores en mi jerarquía militar, no dudaban en castigarme por cualquier motivo. Me trataban con mucho rigor.
Así, cada fin de semana, al pasar revista para salir de franco y disfrutar de un día libre, cuando llegaba mi turno y estando a pocos metros de la calle, el oficial de guardia hacía un gesto de orden a un subalterno, quien con disimulo pisaba mi calzado y arruinaba su impecable brillo militar.
- ¡Ah, zapatos sucios! ¡Se queda!
Esta escena se repetía decenas de veces, casi como un ritual. La rabia, el enojo, la impotencia calaban hondo. Tiempo después supe que, por alguna razón, el no dejarme circular por derroteros poco recomendables de puertos y caletas era la forma en que algunos oficiales “cuidaban” de mi integridad física y moral.
Estuve un año en el servicio activo como grumete en la Marina de Guerra del Perú. Luego fui operado de emergencia de una hernia que, a la postre, causó mi baja.
Sin embargo, ahora recuerdo con nostalgia aquella época de grumete a bordo del buque petrolero BAP Lobitos. Era el año 1966. Puedo decir que el día que dejé el servicio militar mis compañeros de armas sintieron mi partida tanto como yo. Concluía así una etapa de mi vida emocionante e inolvidable.
La Marina nos brindó la oportunidad de conocer juntos al Perú profundo a través del mar y el largo litoral, donde yacían peruanos curtidos por el sol, la briza y la brizna salitral, las embarcaciones y las redes de pesca. La pobreza anclada en estas zonas, tan parecidas a las del ande peruano, nos conmovía en lo más profundo de nuestro ser. Nunca olvidé la pobreza de esos compatriotas. Toda mi vida he querido hacer algo por resolver esa situación.
Con el tiempo entendí la actitud de mis padres y a partir de ahí comencé a soñar con mi propio futuro y con las inmensas posibilidades del Perú.
*Tomado de El arte de emprender, Raúl Diez Canseco Terry, quinta edición, Universidad San Ignacio de Loyola. Lima, 2014.
hola raul coincidencias de la vida yo tambien fui grumete y servi en el BAP ” LOBITOS ” el año de 1978 fue una bonita experiencia tuve la oportunidad de viajar por el litoral y parte de america europa y el africa deberia volver el servicio militar obligatorio espero que algun dia vuelva con un presidente que piense de abajo hacia arriba suerte raul .
Felicitaciones Raúl Diez canseco, caso único de una perona de tu nivel que hace servicio militar obligatorio a la Patria.Ojalá muchos otros peruanos hicieran lo mismo como un deber sagrado ante la Patri. Felicitaciones por ese año al servicio del Perú……………..bravo