Con ojos de niño

primeros años de raul diez canseco

Los primeros años de mi vida transcurrieron en una estancia a 20 kilómetros de Lima, donde el sol brilla todo el año y se descubre el mundo. Era una casa de campo en la cual la vida se desarrolla tranquila en el seno del hogar.

A mediados de 1950, Chaclacayo era un remanso de paz. Los días transcurrían en un ambiente bucólico propio de las provincias serranas del Perú, donde el murmullo del río Rímac y el bramido del Ferrocarril Central animaban la vida diaria. En este recodo del ‘Río Hablador’ vivía mi familia.

Los mejores momentos de mi vida de niño fueron aquellos que disfruté en esta casa, en el seno de mi familia pequeña y unida”. 

La casa de Chaclacayo es la primera de la que tengo claros recuerdos. Las casas tenían amplios jardines que los separaban unas de otras y, por lo general, de lunes a viernes quedaban vacías. Los fines de semana, en cambio, se abrían las cortinas de los grandes ventanales y las casas estallaban de algarabía.

Las familias venían de visita y solían reunirse los domingos para almorzar. En los jardines se encendían las parrillas y se escuchaba música variada, desde rock and roll hasta los valses de los Embajadores Criollos, mientras los chicos nos dedicábamos a corretear por los jardines de los vecinos, explorábamos los cerros, montábamos bicicleta, trepábamos los árboles o nadábamos en las piscinas.

Los mejores momentos de mi vida de niño fueron aquellos que disfruté en esta casa, en el seno de mi familia pequeña y unida. 

Mi madre, Eva, era el pilar del hogar. Como la mayoría de las mujeres de la época, su vida giraba en torno a la familia: nuestra crianza y la organización de la casa. La recuerdo siempre cariñosa y sumamente ordenada.

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Raúl, mi padre, fue un ejemplo de trabajo: lo hizo durante toda su vida. Fuerte y parsimonioso, nunca lo oí quejarse ni lamentarse de nada. Era un hombre silente, de poco hablar, y cuando lo hacía, sus palabras eran reflexiones que han quedado grabadas en mi mente y mi corazón como grandes enseñanzas.

Con Rosario, Charito, compartíamos nuestras alegrías y tristezas. Éramos como siameses y cómplices en todas nuestras aventuras. Éramos, más que hermanos, amigos y confidentes.

Hubiese deseado continuar mi infancia en Chaclacayo, pero un accidente motivó la decisión de mis padres de mudarnos: nos fuimos a Miraflores.

Tomado del libro “Adelante”, de Raúl Diez Canseco Terry

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