Carta al cielo a Augusto Ferrero Costa

Augusto Ferrero Costa

Entrañable Augusto:

Hoy me siento profundamente conmovido al escribir esta carta, porque sé que ya no estás aquí físicamente, pero sé también que tu esencia, tu sabiduría y tu justicia perdurarán en mi corazón y en el de tantas generaciones que tuvieron la suerte de conocerte.

Es difícil expresar en palabras el significado que tu ejemplo y conducta intachable tienen no solo para las personas que te conocieron, sino para el Perú y sus nuevas generaciones.

Lo primero que recuerdo de ti es, sin embargo, la disciplina y tu afición al deporte. Nos conocimos cuando tú tenías 20 años y yo 16, y te preparabas para competir en la selección nacional de natación que nos representó en las olimpiadas de Tokio.

Desde entonces, nuestra amistad fue indesligable. Fuiste, recordado Augusto, mucho más que un amigo; en muchos casos, fuiste un mentor, un guía sereno y justo. Siempre dispuesto a escuchar y a proponer soluciones apelando a tu don de concertador y hombre apegado al espíritu del derecho, que es la esencia de la justicia.

En un mundo a menudo marcado por la desigualdad y la injusticia, te mantuviste siempre firme en tus principios, defendiendo la verdad y luchando por los derechos de quienes necesitaban protección.

Eras un verdadero defensor de la justicia, y tu ejemplo inspiró a muchos a seguir tus pasos y a luchar por un mundo mejor.

Para tus alumnos, estoy seguro, fuiste un maestro excepcional. Tus conocimientos y habilidades como abogado eran admirables, pero lo que realmente te diferenciaba era la generosidad de compartir ese conocimiento con quienes necesitaban un consejo profesional.

Tus opiniones eran serenas y razonadas en medio de debates acalorados. Nunca te dejaste llevar por la ira o la impaciencia. Expresabas tus ideas con calma y respeto.

Recuerdo claramente tus palabras cuando a veces me asaltaba alguna dificultad y me decías: “Raúl, no te preocupes; ocúpate”.

El Perú pierde a un gran tribuno. En momentos en que más se necesita de profesionales como tú capaces de encontrar puntos en común y construir puentes entre diferentes perspectivas.

Hoy, el mundo es un lugar un poco más oscuro sin tu presencia, sin tu luz de sabiduría, pero me consuela saber que tu legado perdurará en la memoria de quienes tuvimos el honor de compartir parte de nuestras vidas contigo.

Siempre recordaré con cariño y gratitud al ser humano excepcional. A quienes aún estamos por aquí, nos queda seguir tu huella imborrable.

Descansa en paz, querido amigo. Viaja tranquilo al encuentro del Señor. Te guían tus acciones y tu paso por esta viña. Sé que seguirás brillando con tu luz eterna.

Artículo de opinión publicado en el Diario Expreso

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