Sí, leyó bien, estimado lector: en las próximas elecciones que se avecinan, yo votaré por Fernando Belaunde Terry. Por alguien como él que encarne las virtudes republicanas que el Perú parece haber extraviado. Alguien que nos devuelva la política como decencia, como servicio, como proyecto común.
Porque más que un rostro nuevo, lo que necesitamos con urgencia es una manera probada —y noble— de gobernar.
Fernando Belaunde Terry, dos veces presidente del Perú, sigue siendo, a pesar del tiempo, una referencia moral insoslayable. Gobernó con firmeza democrática en medio de una región plagada de dictaduras. No persiguió opositores. No se aferró al poder. No confundió la discrepancia con traición. Su ejemplo cobra hoy un nuevo valor.
Fue decente de principio a fin, y fue docente desde el poder, enseñando con la palabra, con la obra y con el ejemplo.
«Yo votaré por Belaunde. Es decir, por quien encarne su legado: la honestidad como deber, la democracia como convicción y el servicio al país como misión de vida».
El Perú necesita hoy un líder así: alguien que respete las instituciones sin usarlas para fines personales. Que dialogue con quienes piensan distinto. Que inspire a los jóvenes. Que renuncie al populismo fácil, no por cálculo, sino por principios. Un líder que entienda que gobernar es construir y convocar a los mejores.
Belaunde fue el presidente de la integración territorial, el de las carreteras que unieron regiones y comunidades, el de la vivienda popular que reconocía al migrante como ciudadano con derechos. No le temía al Perú profundo: lo estudiaba y tomaba lo mejor de él.
Hoy, ante un sistema político descompuesto por el cortoplacismo y la corrupción, urge alguien que no vea al poder como botín. Que no llegue a Palacio para saldar venganzas ni para enriquecerse. Que entienda que el verdadero liderazgo no nace del resentimiento, sino de la unidad nacional. Y que tenga, como Belaunde, la sobriedad moral del servidor público auténtico.
Ese alguien deberá ser, además, un estadista ilustrado. Que lea historia, que conozca el país más allá de sus encuestas, que comprenda que las naciones no se improvisan. Un líder que mire el largo plazo, que convoque talento sin complejos, que represente al Perú en el mundo con la dignidad de quien sabe quién es y qué país defiende.
Pero también, y sobre todo, alguien que hable con el corazón. Belaunde, con su voz suave y su mirada limpia, supo conmover sin manipular. No necesitó polarizar para ganar adhesiones. Su carisma nacía de una integridad visible, de una esperanza sincera en el país que soñaba.
En este clima de desconfianza, donde muchos creen que la política solo puede ser sucia, corrupta o inútil, apostar por alguien con las virtudes de Belaunde es un acto de responsabilidad. Y eso comienza por exigir, desde ahora, candidatos con ética, con cultura, con visión y con humanidad.
Yo votaré por Belaunde. Es decir, por quien encarne su legado: la honestidad como deber, la democracia como convicción y el servicio al país como misión de vida. Porque más que un nombre, lo que necesitamos es una forma de gobernar que nos devuelva el orgullo de ser peruanos, de soñar con los ojos abiertos para enrumbar el Perú hacia adelante.
Artículo de opinión publicado en Expreso, 15 de julio de 2025
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