La semana pasada estuvimos en Washington D. C., capital de los Estados Unidos, para presentar el libro Bicentenario de las relaciones diplomáticas Perú y Estados Unidos: lazos de unión y sueños compartidos, editado conjuntamente por la Universidad San Ignacio de Loyola, la Embajada del Perú en EE. UU. y la Cancillería peruana.
Pese a los momentos de tensión que vivía por esos días la primera potencia del planeta, seis distinguidos representantes de los partidos Republicano y Demócrata asistieron al evento, realizado en el propio Capitolio, lo que revela el respeto que se ha ganado nuestro país en el contexto de sus relaciones diplomáticas.
Estuvieron con nosotros y tomaron la palabra los congresistas Carlos Giménez (republicano), copresidente del Caucus Perú; Jim Himes, Dina Titus, Lou Correa, Jared Moskowitz (todos demócratas) y Mario Díaz-Balart (republicano). También participaron nuestro embajador en Washington, Alfredo Ferrero, y embajadores latinoamericanos como el de Panamá, José Alemán. El encuentro permitió comentar los orígenes formales de los vínculos bilaterales y reafirmar los lazos de amistad e identidad política entre ambos países.
Desde una perspectiva geopolítica, este primer tramo de relaciones permite analizar las lógicas de poder, influencia y autonomía que marcaron el rumbo del hemisferio occidental en el siglo XIX. Apenas constituido como república, el Perú buscaba consolidar su soberanía y proyectar una imagen moderna ante el mundo. Estados Unidos, por su parte, empezaba a ejercer un rol hemisférico bajo el principio de la Doctrina Monroe, que, aunque formulada en 1823, cobró peso político con el tiempo.
Las primeras relaciones entre ambos países estuvieron marcadas por el pragmatismo comercial, dificultades logísticas y nuevas formas protocolares. El Perú, necesitado de inversión extranjera y reconocimiento, buscó en EE. UU. un socio con potencial económico y neutralidad política. Pero el joven país norteamericano fue inicialmente reacio a comprometerse más allá del comercio. El libro revela episodios que hoy podemos ver como intentos de diplomacia asimétrica, donde las diferencias de poder condicionaban los intercambios. Aun así, hubo momentos de cooperación genuina, impulsados por ideales compartidos sobre el orden republicano y la estabilidad continental.
En mi intervención recordé cómo Estados Unidos ha sido el país que más rápido nos ayudó cuando sufrimos los embates de la naturaleza. También hubo tiempos en que sus empresas participaron activamente del desarrollo nacional, como en la construcción de la Carretera Marginal de la Selva –hoy Fernando Belaunde Terry–, que dio origen al “Milagro San Martín”, permitiendo a los agricultores reemplazar la coca por cultivos como el cacao.
El Perú buscaba afirmarse como Estado libre y respetado. EE. UU., por su parte, exploraba su identidad como potencia hemisférica. En ese marco de mutuo reconocimiento, afianzamos nuestra alianza, como cuando iniciamos las negociaciones del tratado de libre comercio, que convirtió a Estados Unidos en nuestro principal socio agroexportador.
Doscientos años de historia entre Perú y EE. UU. han tejido una relación extraordinaria. La democracia, la libertad y la alternancia nos muestran que las relaciones se construyen a largo plazo, como bien lo reflejan los 65 testimonios incluidos en este libro.
Artículo de opinión publicado en Expreso
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