Hay decisiones que el tiempo se encarga de reivindicar. Una de ellas fue la del presidente Fernando Belaunde Terry, quien en 1965 apostó por ubicar el primer aeropuerto internacional del Perú en una zona costera del Callao. Fue una elección estratégica, no solo por su cercanía al puerto y a la capital, sino también por su visión de desarrollo integrado.
Aquel Jorge Chávez —moderno, funcional, emblemático— fue durante décadas la puerta de entrada al país. Hoy, en esa misma área de expansión, se alza el nuevo aeropuerto internacional que marca un hito en la conectividad del Perú con el mundo.
En un país donde la crítica se prodiga con facilidad, es cierto que hay aspectos por mejorar y que el Estado debe acelerar la entrega de obras exteriores al terminal. Sin embargo, lo que no se puede negar es que estamos ante una infraestructura concebida para responder a las exigencias del siglo XXI.
Con una inversión privada superior a los 2,400 millones de dólares, 46 puertas de embarque y capacidad para atender hasta 40 millones de pasajeros anuales, el nuevo terminal está diseñado para competir con los mejores del continente.
Su ejecución ha estado a cargo de Lima Airport Partners (LAP), empresa de capital mayoritariamente alemán, respaldada por Fraport AG —operadora de grandes aeropuertos como Fráncfort y Nueva Delhi— y por la Corporación Financiera Internacional (IFC), brazo del Banco Mundial.
Desde que asumió la concesión en 2001, LAP ha sido responsable no solo de modernizar la infraestructura, sino de introducir estándares internacionales en la gestión aeroportuaria. Su labor ha permitido que el aeropuerto de Lima evolucione de manera sostenida hasta convertirse en un nodo estratégico en la región andina.
El nuevo Jorge Chávez es una plataforma de desarrollo. Su cercanía al puerto del Callao y al megapuerto de Chancay lo convierte en un eje logístico clave. La capacidad para incrementar en casi 70 % el volumen de carga aérea lo proyecta como un catalizador del comercio exterior, fundamental para el PIB nacional.
En el ámbito turístico, la nueva terminal busca mejorar la experiencia del viajero. Zonas gastronómicas, espacios culturales y áreas comerciales de primer nivel forman parte de una estrategia que apunta a consolidar a Lima como un hub aeroportuario eficiente y acogedor.
El concepto es claro: una “ciudad aeropuerto”, un ecosistema que articula actividades aeronáuticas, logísticas, comerciales e inmobiliarias, inspirado en modelos europeos, generando empleo, inversión y descentralización.
Tenemos una ubicación privilegiada. Lima, además, goza de un clima estable que favorece operaciones continuas. Para cumplir la promesa del nuevo aeropuerto, se necesitarán políticas públicas que lo integren al sistema de transporte, impulsen el turismo sostenible y fortalezcan las cadenas exportadoras.
El éxito dependerá tanto de la infraestructura como de la inteligencia con que se la incorpore al desarrollo del país. El Perú necesita estar a la altura y despegar.
Artículo de opinión publicado en Expreso, 17 de junio de 2025
Lea aquí otros artículos de opinión de Raúl Diez Canseco Terry