Llegamos a esta Navidad atravesando uno de esos momentos en los que debemos tomar algunas definiciones, con desafíos que tensan nuestro ánimo, pero también con señales que recuerdan que somos capaces de levantarnos ante cualquier adversidad.
Este 2025 cierra con 36 candidatos presidenciales, lo que de por sí se convierte en uno de los procesos electorales más complejos de los últimos tiempos. Ello nos obliga a realizar un seguimiento exhaustivo a las propuestas, separando los planteamientos demagógicos, irrealizables, de los viables y sensatos.
Mientras, en el día a día, el presidente interino sigue enfrentando la amenaza creciente de la inseguridad ciudadana, y una economía que —si bien ha mostrado un crecimiento de poco más de 3?%— aún está lejos del dinamismo que necesitamos para sacar de la pobreza a millones de compatriotas.
Pero la Navidad, con su luz silenciosa y su mensaje eterno, nos invita a hacer una pausa.
Es momento de mirarnos a los ojos como país y preguntarnos qué estamos poniendo en común para construir un futuro posible. No se trata de desconocer nuestras diferencias. Se trata de recordar lo esencial: una nación no se sostiene sin un mínimo de confianza, sin un proyecto compartido y sin un clima de paz social que permita trabajar, invertir, estudiar y progresar.
La inseguridad, sin duda, nos obliga a unir esfuerzos. No basta con exigir; también debemos acompañar, vigilar, proponer. Así como tampoco basta con esperar que el próximo gobierno “arregle” el país. La democracia exige ciudadanos que cumplan deberes con la misma convicción con la que reclaman derechos.
El Perú ha pasado por situaciones más difíciles y siempre ha encontrado la manera de salir adelante. Esta no será la excepción. Pero depende de nosotros no dejar que se apague el fuego interior, que nos mueve a todos a ser cada vez mejor.
En estas fechas también renovamos una verdad que a veces olvidamos: estamos en este mundo para compartir. Como suelo repetir —y la experiencia lo confirma— “nunca verás un camión de mudanza detrás de una carroza fúnebre”. Nada de lo material nos acompaña al final; lo que permanece es lo que dimos, lo que construimos, lo que sembramos.
La Navidad nos recuerda que incluso en los momentos más duros siempre es posible recomenzar. Millones de familias peruanas se abrazarán y compartirán un momento. Esa unión familiar —tan propia de nuestra identidad— es la reserva moral que debemos preservar.
Si en Navidad somos capaces de reconciliarnos en casa, también deberíamos ser capaces de reconciliarnos como nación.
Que la paz que nos deseamos en estos días se transforme en paz social; que la esperanza que expresamos en Nochebuena se convierta en esperanza activa; que el deseo de un mejor país se traduzca en trabajo honesto, respeto a la ley, diálogo y responsabilidad en las urnas.
Porque la esperanza —cuando se convierte en acción— es capaz de cambiar destinos.
Publicado en Expreso, 23 de diciembre 2025
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