Con la elección de la nueva Mesa Directiva, se cierra un ciclo político: el del Congreso unicameral que hemos tenido por más de tres décadas. En la próxima elección general de abril de 2026, regresará el Congreso bicameral. Volverá así el Senado, cámara reflexiva por excelencia, cerrada por el autogolpe de 1992, pero cuya ausencia siempre se sintió.
Hasta los años noventa, el Perú tuvo un Senado a la altura de los grandes momentos de la República. Fue un espacio donde se priorizaba el país sobre los intereses personales. En 1987, por ejemplo, frenó la estatización de la banca impulsada por el presidente García. En otro momento crucial, recibió en sesión secreta al presidente Belaunde cuando el país enfrentaba la agresión ecuatoriana. Belaunde no tenía mayoría, pero encontró unidad patriótica y sentido de Estado.
El Senado estaba integrado por figuras de peso moral y político como Luis Alberto Sánchez, Ramiro Prialé, Armando Villanueva, Felipe Osterling, Javier Alva Orlandini, Luis Bustamante, Enrique Bernales o Máximo San Román. Pertenecían a tradiciones políticas distintas, pero compartían una convicción común: la defensa de la democracia como base para el desarrollo del país.
Ese liderazgo es el que hoy, más que nunca, necesitamos recuperar.
El nuevo Senado será necesariamente multipartidario. Se anticipa un escenario con varias bancadas sin cohesión programática. Esto no es negativo: en democracia, la diversidad enriquece. Pero sin visión de país ni acuerdos mínimos, esa pluralidad puede traducirse en obstrucción y cálculos cortoplacistas.
En términos institucionales, el Senado es estratégico: es cámara revisora, encargada de mejorar la calidad técnica, jurídica y social de las leyes. La bicameralidad introduce una segunda instancia legislativa que permite evitar impulsos populistas y errores apresurados.
El bicameralismo bien aplicado cumple una función moderadora, especialmente en contextos inestables como el peruano. Una cámara alta responsable puede aportar equilibrio y continuidad institucional.
Pero todo esto dependerá, en última instancia, de a quién elijamos. El país necesita senadores íntegros, con trayectoria y vocación pública, capaces de deliberar con mirada de Estado y por encima del ruido.
La elección de senadores exige una ciudadanía más informada y exigente. Hemos votado sin previsión, sin unidad nacional, y luego nos hemos lamentado. Esta vez, no hay excusas. Volveremos al bicameralismo con la experiencia del pasado y la madurez que impone el presente.
Recordemos el ejemplo de Belaunde como senador vitalicio: una voz clara, patriótica y serena. Cuánto falta nos hace hoy ese tipo de liderazgo.
La calidad del nuevo Congreso dependerá del voto popular. Pero la del Senado dependerá también de nuestra capacidad para mirar más allá del instante y pensar, como antes, primero en el Perú.
Publicado en Expreso, 29 de julio de 2025