Bolivia: adiós al fantasma del populismo

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El Perú no necesita mirar muy lejos para comprender cómo fracasan los experimentos estatistas que prometen justicia social, pero que terminan hipotecando el futuro. Basta con observar a Bolivia, nuestro vecino andino, donde, tras casi dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS), el país se enfrenta a una segunda vuelta electoral en la que le dirá adiós al fantasma del populismo.

Durante años, Evo Morales y su proyecto político ofrecieron un “milagro económico”. La bonanza gasífera y los precios internacionales favorables sirvieron de combustible a un modelo populista de fuertes subsidios y gasto expansivo.

Pero, detrás de la euforia, no se diversificó la economía ni se fortalecieron los cimientos institucionales.

El resultado está hoy a la vista: inflación cercana al 25 %, colas interminables para conseguir combustibles, escasez de alimentos y divisas, y un mercado negro del dólar que duplica el tipo de cambio oficial.

Lo que fue presentado como un camino de soberanía económica terminó en dependencia crónica del Estado y en la fuga de inversionistas. El modelo colectivista, en lugar de sembrar prosperidad, ha dejado una economía fatigada y una sociedad fracturada.

En ese contexto, los bolivianos acudirán el 19 de octubre a una segunda vuelta que enfrenta a Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano, y a Jorge “Tuto” Quiroga, de la Alianza Libre. Ambos representan un quiebre respecto a Evo Morales y al MAS, que sufrió una derrota histórica al caer al sexto lugar con apenas el 3 % de los votos.

Es el fin de un ciclo y el inicio de una etapa clara de reconstrucción.

Cualquiera de los dos candidatos tiene la preparación y la lucidez para sacar a Bolivia del atolladero en que se encuentra, estableciendo acuerdos mínimos, abriendo mercados y teniendo una visión de largo plazo.

«Sin apertura a los capitales, sin diversificación productiva, sin confianza en la inversión privada y sin instituciones sólidas, los espejismos de la abundancia duran poco».

El Perú debe tomar nota. Aquí todavía hay voces que sueñan con replicar fórmulas populistas, convencidos de que basta con nacionalizar recursos, repartir subsidios y multiplicar la burocracia para resolver los problemas estructurales del país.

La experiencia boliviana demuestra lo contrario. Sin apertura a los capitales, sin diversificación productiva, sin confianza en la inversión privada y sin instituciones sólidas, los espejismos de la abundancia duran poco.

Cuando el Estado se convierte en administrador absoluto de la economía, la innovación se frena, la productividad se estanca y los ciudadanos terminan haciendo colas interminables para conseguir pan, gasolina o medicinas.

La lección de Bolivia debería ser suficiente para que en el Perú comprendamos la urgencia de defender la estabilidad macroeconómica y promover una economía abierta e integrada al mundo. Mientras Bolivia irá a las urnas a elegir su nuevo presidente, nosotros conoceremos, finalmente, quiénes serán nuestros candidatos.

Lo que suceda en Bolivia es un espejo incómodo, pero necesario. Bolivia se debate hoy entre la esperanza de un cambio y la sombra del fracaso populista.

Ojalá que los bolivianos encuentren un camino de reconciliación y de crecimiento sostenido. Y ojalá que nosotros, mirando de cerca esa experiencia, entendamos que el desarrollo solo se construye con responsabilidad, apertura y visión de futuro. Si nos dejamos seducir por discursos fáciles, el desenlace puede ser el mismo.

Publicado en Expreso, 30 de setiembre de 2025.

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Categorías: Columna de Opinión
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