Seis meses entre lluvias, calor y picaduras

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Por Raúl Diez Canseco Terry*

Cuando a mediados de la década de 1960 no logré ingresar a la UNI, mi padre, cariñoso y riguroso a la vez, habló con nuestro pariente, el presidente Fernando Belaunde (1963-1968) para que yo trabajara como ayudante de topógrafo en plena selva peruana abriendo trocha en el tramo Tarapoto-Río Nieva de la Marginal, hoy llamada Carretera Fernando Belaunde Terry.

Fue una especie de penitencia que tuve que cumplir por no lograr el acceso a la UNI. Estuve seis meses en la selva, entre lluvias, un calor abrasador e insectos de variada especie, alguno de ellos de picadas letales.

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En ese exuberante sector, las picaduras de los insectos eran horripilantes. Una de ellas me hizo un tremendo daño, cubrió de ronchas mis brazos y piernas y provocó granos enrojecidos que me produjeron una terrible picazón.

La situación se complicó y me llevaron de urgencia al hospital del departamento de San Martín, en la ciudad de Tarapoto. Estuve postrado más de una semana.

El médico que me atendió se sorprendió de la magnitud de las heridas y, luego de intervenir, me dijo algo así como que después de curado mi cuerpo quedaría inmune para toda la vida ante cualquier tipo de nuevas picaduras.

El tiempo le daría la razón. En los innumerables viajes que he realizado por nuestra selva maravillosa ninguna picadura de bicho alguno me ha afectado en las dimensiones de mi primera incursión.

Al retornar al calor del hogar, luego de un largo tiempo de haber trabajado en la selva, mi madre se dirigió nuevamente al presidente Belaunde. Yo estaba obligado a internarme por un buen tiempo a la Marina de Guerra del Perú y el encuentro de mis padres con el presidente fue para hacerlo efectivo. Me incorporé como grumete, había cumplido por entonces 17 años.

*Tomado de El arte de emprender, Raúl Diez Canseco Terry, quinta edición, Universidad San Ignacio de Loyola. Lima, 2014.

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